Cuando las palabras sobran
rondan en el espacio etéreo
de la displicencia mental.
Se difumina todo,
como el humo del cigarro acabado,
cenizas de intriga sin rumbo,
de alegrías muertas
de elegías sin voz.
Rondando en la periferia de lo absurdo
los sueños se escapan con el ventarrón violento,
uno a uno, traicionando el sustento del mar.
Las criptas de los muertos pasivos
ejecutan las razones del teorema de paz,
el lado oculto del corazón,
gana espacio para el paraíso del infierno.
El filo corta la piel de estorbo,
el dolor inunda el alma,
la brisa de la utopía
se incendia en el despojo de la decepción.
Los rostros atrapados en el camino sin retorno,
gritan con la mirada atrapada en la pared,
tristes, con odio insultan las victorias perdidas
y lo fracasos ganados.
Desterrado de mi propia existencia,
recorro en agonía el seol,
el asesino oscuro busca venganza en el día de la noche,
clavando en los extremos de la ausencia
el rostro marchito de la herida sangrante.
Ausente,
en que me he convertido razón de mi vida,
en herida curtida,
en nostalgia de golpes sangrientos.
Quien salvara el mundo de los dos,
los días perdidos llenos de extrañeza constante,
un hálito de vida,
un soplo de amor,
una razón de ser.
Martín Gala
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